Hace 30 años fui arrancada del útero materno y lanzada a un mundo hostil.
Desde ese momento hasta el día de hoy han pasado muchas cosas. Cosas buenas. Cosas malas. Cosas muy malas. Resacas como mundos. Plastilina. Un carnet de conducir. Compañeras de colegio bullys. Aprender a hacer lentejas en la olla express. Ver a un niño cazar una paloma. Licenciarme (eso no sé si es bueno o malo). «Comprar» a Supernovio por catálogo (eso sí es bueno). Venirme a vivir a provincias. Tener migrañas y blefaorespasmos. Opositar con poco éxito. Ser bibliotecaria becaria precaria. Conocer gente. Pasar mucho de gente que conozco porque es el trato que recibo por su parte y «meh». Conocer a otra gente que mola más. Enfadarme. Llorar. Reirme hasta tener agujetas. Escuchar canciones de rojos y ser más roja que la Pasionaria. Minecraft y calceta. Mártires y suicidas. Incendios en habitaciones de motel. Cuadernos de escribir borracha. Doctor Who. Frasier. Galletas de chocolate. Ponerle motes a la gente. Stalkear. Ser un poco feminazi. Ser un poco ama de casa. Comprar una cobaya, y después otra, y ver partir hacia el Valhala de las cobayas a la segunda, y estar a punto de despedir a la primera.
De esto último, de lo finito de la vida, cada día soy más consciente, y de esto quiero hablar, porque concurren dos circunstancias, o tres, que se prestan a ello.
Para empezar, hoy cumplo 30 años. El otro día, mientras meaba (yo meo y reflexiono), comprendí que ahora estoy, con suerte, en mi punto álgido de “estabilidad física”, y que en nada y menos, empezará el deterioro. A mejor no voy a ir. Y eso con suerte. Porque caben millones de posibilidades innombrables. Me quedan siendo optimistas dos veces el tiempo que he vivido, siendo “realistas pero agoreros” otro tanto de lo transcurrido. Siendo pesismistas, directamente me metería en la cama a dejarme devorar por las pelusas. También, y esto es motivo de tranquilidad, solo me quedan unos 20 años más de menstruaciones, que es un tema que conviene ser tenido en cuenta.
Eso es lo que respecta a los límites temporales del yo.
Para seguir, Uzi se está muriendo. Es viejita. Ha vivido bien, ha sido feliz, ha estado enfadada mucho rato (sobre todo cuando vivía con Dos), luego ha vuelto a ser muy feliz estos últimos años y ha comido pimiento hasta hartarse. La hemos cuidado, primero yo y luego los abuelos, muchísimo y muy bien. Pero la edad no perdona. Hoy también es su cumpleaños. Porque los seres vivos a los que quieres tienen esa fea costumbre de cumplir años. E ir “gastándose”.
Eso en lo que respecta a los límites temporales ajenos.
Teniendo en cuenta todo esto, yo os pregunto, personas que me leéis ¿cómo vivís siendo conscientes de esto? Lo planteo hoy porque me atormenta desde hace tiempo, y nada mejor que un cumpleaños para abrir el melón de “cómo vivir sabiendo que no lo harás para siempre”. No lo digo con angustia, ni con preocupación, sino con una serena curiosidad de saber cómo hay que enfrentarse a esa única verdad universal.
Otros años, en estos mismos “repasos de cumpleaños” me dedicaba a enumerar cosas que había hecho (este año también, es tradicional), y cosas que quería hacer. Creo que lo que quiero hacer puede resumirse en vivir. Simplemente. Luego están los matices y las implicaciones del vivir, pero eso son cositas sin mucha importancia, si las vemos en conjunto.
Tengo 30 años y me planeo los grandes misterios de la vida. Supongo que me asaltan estas dudas porque no tengo tarta. Va a ser eso, que en realidad, lo único que quiero es tarta.